De acuerdo con la narrativa de actualidad el proceso electoral del 2024 puede representar un episodio beligerante por los componentes que se aprecian en este tiempo, seguramente las descalificaciones habrán de incrementarse y la civilidad puede sufrir más afectaciones ante una previsible carga de denostaciones, cada cual con la pretensión de imponer su verdad que representa su correspondiente causa.
Prevalece de momento el debate con relación a reformar al Instituto Nacional Electoral que ha sido el órgano autónomo creado para organizar elecciones porque anteriormente a su creación como Instituto Federal Electoral no existía la certeza porque los gobiernos se encargaban de tales asuntos, fue hasta los comicios de 1988 cuando se armó un evidente fraude en las urnas cuando cobró mayor sentido el contar con una organización que no dependiera del sector gubernamental.
En nuestro país se estiló una cultura del fraude electoral, se aniquilaban iniciativas democráticas y se barría con los opositores al antiguo régimen, eso se estiló en nuestro país en tiempos en que no se registraba una verdadera competencia electoral, en 1976 solo hubo un candidato a la presidencia de la república, el priista José López Portillo, dicho suceso enmarcaba el evidente déficit democrático.
En 1997 el Partido Revolucionario Institucional perdió la mayoría en la cámara de diputados y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ganaba la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, jugó un papel central el entonces llamado Instituto Federal Electoral, se tomaba distancia de los tiempos en que la simulación dentro de un sistema autoritario marcaba la pauta en perjuicio de la democracia.
Actualmente vivimos en este año 2022 en medio de la alternancia, un sistema plural, es evidente la hegemonía del partido en el poder, hay reglas del juego y las instituciones justamente eso representan, por ello la propuesta de en algún momento desmantelar al INE no parece lo más coherente, es lógico que las organizaciones políticas se modifiquen, se reformen porque nada puede permanecer estático y para ello se necesita la coherencia.
Ya no vivimos en el México con un Leviatán arbitrario como monolítico, la discusión política no debe cancelarse si nuestros actores cuentan con una auténtica vocación democrática y aprenden a escuchar el trote lejano del potro de la historia.
La democracia mexicana ocupa de más nutrientes y también que los políticos eleven la calidad del debate público, actualmente escuchamos a diario descalificaciones, no se procuran los acuerdos que faciliten la gobernabilidad, más bien parece que nos hemos adentrado a una torre de Babel que presagia encontronazos en los comicios del 2024 en donde pueden relucir diversas tesis maquiavélicas porque todo se hará para conseguir el poder por los medios que sean y ello no es lo mejor ni recomendable.
Es momento de contrastar visiones de país, discutir la agenda pública de manera democrática porque ello puede dotar a nuestro ecosistema político de mayores argumentos y tomar distancia del autoritarismo que no conduce a nada venturoso.
Es momento de que los actores políticos manifiesten su voluntad democrática, si la tienen, porque de lo contrario tendremos una auténtica tormenta de cara al 2024.