Historias que describen el modus operandi de una constelación de pillos son múltiples en nuestro país, en la memoria reciente están registradas, aunque en la mayoría de los casos se han cubierto de un manto de impunidad. Crímenes sin castigo.
La corrupción ha sido elemento recurrente, problema sistémico del régimen político mexicano que ha marcado sendas historias de múltiples negocios amparados por el poder para beneficio y usufructo de una elite insaciable de dinero y privilegios.
El caso de Emilio Lozoya alcanzó a exhibir la podrida práctica de las transas que se estilaban desde las cúpulas del poder, una maquinaria aceitada para fines ilícitos, ejercicios reiterados durante muchos sexenios que no acaban de contarse.
En un país campeón en materia de la desigualdad social los escándalos de corrupción han marcado el presente y el pasado, el crecimiento de fortunas en algunas manos solo puede explicarse en una serie que parece interminable de infamias, cohecho, peculado, asociación delictuosa y otras figuras tipificadas son elementos para argumentar los hechos consumados que se han significado en quebrantos para las finanzas públicas.
Nuestro país ha sido saqueado en innumerables ocasiones y se ha hecho muy poco para evitarlo, las historias oscuras de corruptelas parecen no tener fin, el actual régimen levantó la bandera del combate contra la impunidad y los actos de expoliación de las finanzas públicas, los resultados están por verse, se puede vislumbrar que hay voluntad para ello, sólo que falta esperar para medir la eficiencia para la consecución de dicho propósito. En todo caso, el balón rueda en la cancha de la Fiscalía General y del Poder Judicial.
En otros tiempos se habló de confrontar la corrupción, aunque dicha intención no fue más allá del discurso, recordemos la famosa Renovación Moral de Miguel de la Madrid, aunque los detenidos en ese lapso temporal fueron enemigos de su administración y nada más. Nos referimos a Jorge Díaz Serrano y el impresentable Arturo Durazo Moreno.
Con Carlos Salinas de Gortari se buscó su legitimación porque el resultado electoral de 1988 que precedió su arribo a la presidencia estuvo salpicado de múltiples anomalías que no disimulaban el fraude electoral con caída del sistema incluida. Salinas encarceló a Joaquín Hernández Galicia La Quina por una venganza política, al final no se le comprobarían los cargos y quedó en libertad el ex dirigente del sindicato petrolero. Vicente Fox habló, en su momento, de combatir la corrupción, anunció que irían por los peces gordos y no atrapó en sus redes ni un charal.
El caso de Lozoya es una oportunidad para medir no solo las intenciones sino los alcances de la 4T en lo que se refiere al combate a la corrupción para restaurar la vida pública ante un severo desgaste, se abre un compás de espera, aunque persiste el escepticismo luego del pasado reciente que no se significó por hacer cumplir las leyes.
Por cierto el domingo 2 del mes en curso fue detenido en Guanajuato el sanguinario José Antonio Yépez Ortiz El Marro, quien encabezaba al cártel de Santa Rosa de Lima que ha dejado un saldo sangriento en el industrioso estado del Bajío, fue un ejercicio conjunto de las autoridades federales y locales. Para combatir los flagelos del crimen organizado no caben los diferendos políticos ni las discrepancias partidistas, el bien colectivo tiene preferencia.