Los barruntos de tormentas sociales se presagian en nuestro país, toda vez que el mandatario del vecino país del norte inoculó al virus de la incertidumbre que arroja la inseguridad que deriva de la proclividad de Donald Trump por sus afanes volubles e inesperados, como ocurre con su amenaza de cobrar aranceles a productos mexicanos y canadienses para luego posponer dichos impuestos.
Desde un principio se pronosticaba que tendríamos como país la problemática de lidiar con el estilo personal de gobernar del presidente de los Estados Unidos de América que suele navegar entre ocurrencias como el de nominar al Golfo de México como le place, además de lanzar imputaciones a diestra y siniestra.
Algunos mencionan constantemente que México ocupa de la unidad nacional para enfrentar los embates que vienen del norte, aunque será complejo porque la polarización política tiene ya una larga data, los desencuentros entre los políticos mexicanos parecen ser un asunto cotidiano que por ello se normaliza. En ocasiones pareciera no haber espacio para la sensatez.
Mientras eso sucede en las cúpulas políticas de México los problemas en materia de inseguridad no amainan, la realidad salta a la vista más allá de los discursos y el rejuego entre quienes están ya en un desatado futurismo con miras al próximo proceso electoral.
La ambición política y la avaricia se dejan ver en nombre de la democracia, ésta que se nutre evidentemente de la voluntad popular si se le quiere ver como una forma clásica de gobierno que data desde hace 25 siglos en la antigua Atenas aunque en la actualidad ya tiene otros matices que se diferencian desde aquella concepción primaria concebida en la península griega.
Los poderes fácticos bien han sido confrontados por las autoridades aunque los pendientes aún son una verdadera legión. Si bien es cierto que mucho de lo que tenemos en materia filosófica y política lo debemos a los antiguos griegos que diseñaron las formas puras de gobierno y la palabra política es del mismo origen, en la praxis no tiene casi nada que ver.
En la Grecia de Sócrates, Platón y Aristóteles la política que deriva de la polis, es decir la ciudad, pretendía alcanzar una meta, la causa última o teleología que no era otra que la felicidad o también llamada el bien común. Esto último más bien pareciera una utopía, título de una conocida obra que lleva dicho nombre y de la autoría de Tomás Moro, el recordado clérigo inglés que es conocido como el santo patrono de los políticos.
En fin la incertidumbre inoculada por Donald Trump no favorece a nuestro país ni a otros por el mundo que seguramente pueden enfrentar serios problemas por los cuatro puntos cardinales, el mandatario Trump está divorciado de las buenas maneras porque suele ser incorrecto políticamente.
Mientras eso sucede allende nuestras fronteras, aquí persisten los pendientes para combatir los altos índices de criminalidad, las insuficiencias en materia de seguridad deben repararse para el diseño adecuado de un verdadero estado de derecho, nada más y nada menos.