En este periodo vacacional tenemos la oportunidad de un descanso que podría ser necesario, también está la opción siempre válida de introducirnos a la lectura que siempre será una posibilidad de adquirir nuevos conocimientos o releer obras para una mejor comprensión de las mismas, es una actividad estimulante como lo expresara alguna vez el maestro Jorge Luis Borges.
Hace unos días de nueva cuenta leí un cuento clásico, me refiero a El Principito, una genial obra del piloto aviador Antoine de Saint Exupéry, la cual nos hace volar con la imaginación hasta encontrarnos con ese entrañable ser que no para de disparar preguntas de todo que las proyecta su mundo en donde resalta una ingenuidad refrescante.
Se trata de una de las obras más leídas, por cierto, durante mucho tiempo no se supo qué sucedió con el autor del cuento que un día desapareció en el desierto. Los personajes en la citada obra deambulan con sus propias características, el farolero que enciende y apaga la bombilla, día y noche resultan efímeros, de ahí los buenos días y las buenas noches y duran dialogando un mes por las curiosas medidas del tiempo.
La rosa demandante que solicitaba la lisonja del joven principito que le entrega su protección con una exquisita ternura porque era suya entre miles de rosas más, la obra publicada en 1943 destaca también por los dibujos del autor, además se trata del trabajo literario más leído del idioma francés. Se han vendido más de 140 millones de ejemplares con traducción a más de 250 idiomas, lo cual es una muestra del interés que despertó en los lectores.
Una frase escrita en el libro tiene una profundidad evidente, la cual surge del diálogo del protagonista con el zorro al hablar de la domesticación, el animal le cuenta que se dedica a lo esencial que es comer gallinas, le dice, además, que no pueden ser amigos porque no está domesticado.
El zorro le cuenta que si hubiese domesticación se crearán lazos de unión. Lo cierto es que al final, ya en la despedida le dice que lo esencial no son las gallinas porque realmente lo esencial es invisible a los ojos, sólo se ve con el corazón.
El Principito es una obra para cualquier edad, para muchos que la hemos leído en más de una ocasión representa un algo entrañable que nos direcciona a la infancia, ese sitio mágico en donde comenzamos a escrutar nuestro mundo y saltan las primeras preguntas para iniciar un ejercicio filosófico. Siempre resulta oportuna la obra de referencia.
Entonces, en este lapso vacacional tenemos esa posibilidad de dar un vistazo por el mundo de las letras, hace unos días se recordó el natalicio de una de las cumbres literarias mexicanas del siglo XX, nos referimos al Premio Nobel de literatura Octavio Paz.
El Nobel mexicano dejó un gran legado, sus obras tienen un gran contenido, por lo regular al escuchar o leer el nombre de Octavio Paz le relacionamos con una destacada obra que resulta imprescindible leer, El laberinto de la soledad; se trata de un ensayo antropológico que describe elementos de nuestra cultura.
Muchas otras obras de Paz son recomendables, por ejemplo: El ogro filantrópico, Piedra de sol, Libertad bajo palabra, El arco y la lira, por citar algunas.
Así que es tiempo oportuno para volver a las letras, interminables y aleccionadoras.