La polarización en nuestro país se reitera diariamente, la clase política actual parece anclarse en el conflicto para desdeñar la concertación, ausencia de acuerdos y abundancia de pleitos perfilan más dificultades, nuestro ecosistema social es cada vez más tóxico en un mar de las descalificaciones que no auguran buen puerto.
Es como si se tratase de una epidemia, en la que los síntomas son la intolerancia, el ánimo desbocado predispuesto para la confrontación, maniqueísmo que obnubila. Es natural que la oposición cuestione al gobierno porque al final es en gran medida su papel, no recordamos un frente opositor que reconozca aciertos a su contraparte, aunque en el caso de nuestro país los reproches y señalamientos son de todos contra todos.
Casi dos años con una pandemia que no ha dejado de recorrer el mundo, conflictos geopolíticos como el que se registra entre Rusia y Ucrania en la gran aldea global para encender las alertas y evocar aquel oscuro episodio de la Guerra Fría que confrontaba a los dos grandes bloques ideológicos para propagar cierta dosis de paranoia y espionaje, en suma no se han reunido mejores condiciones, podríamos decir peor imposible.
Aunado a la compleja situación de la salud habría que agregar otros elementos que influyen para tener un cuadro oscuro en nuestro país, por ejemplo la violencia, inseguridad, homicidios dolosos; el bien común que es finalidad de la política y del derecho se percibe como una utopía porque los obituarios están interminables, la impunidad es evidente en nuestro país, cualquier diagnóstico al respecto lo confirma.
Nuestra clase política exhibe mediocridad, algunas candidaturas que se presentan para las próximas elecciones no pasan del intento porque se trata de cuadros impresentables que no abonan para elevar la calidad del debate en torno a los temas de interés común. Nuestra realidad exhibe un nivel empobrecido, carente de luces que pudieran resplandecer en estos momentos de una evidente oscuridad.
Con semejante cuadro que vivimos que ofrece nuestra realidad qué podríamos esperar de las contiendas electorales si lo que hemos visto hasta el momento es más de lo mismo, la ruta de la demagogia, culto a la personalidad y ausencia de cuadros emergentes, así como una gran cantidad de tránsfugas.
La sociedad, es decir los electores ajenos a las formaciones partidistas seguro esperan proyectos políticos a contrastar y debatir para decidir el sufragio, catálogos de políticas públicas, líneas de desarrollo económico aunque por lo regular lo que se exhibe son manifestaciones reventadoras en donde lo que menos se escucha es el debate serio.
En otra razón de ideas, las afectaciones de la pandemia global aún no terminan de contarse, el mal humor social está latente, como también la inseguridad que no deja de lanzar dentelladas para cobrar más vidas humanas en los caminos de México y debilitar al denominado estado de derecho que actualmente se percibe frágil, descompuesto y lejano.
La justicia se observa como utopía porque el desencanto cunde y la percepción de la realidad es deprimente porque la impotencia hace tiempo se instaló ante el peso macabro de la impunidad.