En toda sociedad democrática el disenso, la discrepancia y la confrontación ideológica son elementos consustanciales, lo contrario significaría una dictadura en la que sólo cabría el pensamiento único, uniformado por la fuerza.
México ha sido históricamente un país proclive al autoritarismo, durante décadas se registró una línea gubernamental de un partido hegemónico que pulverizó cualquier intento por democratizar la vida pública. El presidente de turno fue el gran concentrador del poder político, hierofante, jefe de las fuerzas armadas, gran elector y una serie de componentes metaconstitucionales.
La libertad de expresión estaba supeditada a los controles del gobierno y sus policías, es decir fue un derecho anulado, más bien en los medios de antaño –en muchos de ellos- encontrábamos sendas lisonjas al gobernante de turno, como si fuese el hacedor de México, un ogro aunque filatrópico, en alusión al ensayo del Nobel Octavio Paz.
En la actualidad han sido los poderes fácticos, ya no sólo agentes gubernamentales, quienes vulneran la libertad de expresión y para ello arrebatan vidas humanas.
De acuerdo con diferentes indicadores, del año 2000 a la fecha se contabilizan 131 comunicadores asesinados o desaparecidos, 11 en la actual administración según reporta la agrupación Artículo 19; de esas cifras la constante ha sido la impunidad porque en el 99 por ciento no hubo sentencia condenatoria.
La violación del derecho a la libertad de expresión es ostensible, penosa y real.
La organización Reporteros sin Fronteras ha instalado a México en el top de los países más peligrosos para el ejercicio del periodismo, entre los que figuran Siria, Afganistán, Irak y Filipinas. Así son los datos revelados.
La libertad de expresión es un derecho fundamental que está consagrada en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, sin ella no se podría vigorizar la democracia y siempre será estimulante la diversidad de voces, matices y convicciones porque son nutrientes del pensamiento plural. Ya no vivimos bajo la égida de la inquisición y lo peor que podría sucedernos es que prevaleciera un pensamiento único, monolítico.
La democracia no se concibe sin libertades porque esto implica la vigencia y respeto a los derechos humanos, disentir es un ejercicio natural que no cabe en las mentalidades sectarias que apuestan a las actitudes inquisitoriales porque temen a las banderas del pensamiento diverso.
No cabe más esa suerte de Leviatán a la mexicana que azolve caminos para anular el debate político. Sin libertad la vida no vale.
Faltan muchos pasos en materia de la libertad de expresión, se trata de un derecho para ejercerlo, aunque en ocasiones las respuestas de quienes se consideran agredidos llegan a casos extremos como ha sucedido entre el impresentable Humberto Moreira y el periodista Sergio Aguayo, éste último ha contado con el respaldo de comunidades académicas y del gremio periodístico ante la andanada judicial a todas luces injusta.
Por los indicadores citados en los párrafos anteriores que muestran una radiografía social y aportan un diagnóstico preocupante es que nuestra democracia no se consolida, ello porque no florecen flores en el cemento.