A partir del Consenso de Washington la humanidad se adentró en el modelo neoliberal en el que rifa el dinero, este estilo de dirigir la economía adelgazó a los estados para robustecer la cleptocracia e incentivar la codicia y avaricia de una oligarquía rampante que se ha convertido en la dueña del dinero que, cuando se lo proponen, lo ponen a dieta.
Con los efectos de la globalización también se han expandido muchos males como una corrupción superlativa, en los últimos años este cáncer se expandió, en América Latina por ejemplo en los casos de sobornos de grandes empresas a miembros de la clase gobernante, asuntos que no han concluido procesalmente.
No decimos que la corrupción se deba a las políticas neoliberales, no existe un sistema de conducción política o económica que sea perfecto porque se trata de creaciones humanas con todo lo que ello supone, Platón escribió sobre el estado perfecto y la forma de gobierno ideal que no dejaron de ser un faro aspiracional en su época.
Durante la Revolución Francesa, cuna del estado moderno, delitos como el peculado o el cohecho fueron castigados por un implacable Maximilien Robespierre –prominente miembro del Comité de Salvación Pública- con la guillotina en la llamada era del terror, aunque también fue la coartada para anular a sus enemigos políticos, principalmente a Danton.
La corrupción es hace mucho un mal sistémico en Latinoamérica, basta observar lo que ha sucedido en diversos frentes, los casos se multiplicaron y aún continúan salpicando, es un asunto purulento. Problemas estructurales que no se han desterrado y continúan destilando incertidumbre en diversos frentes como sucede en México tras los escándalos de Odebrecht con la lista de involucrados.
Algunas biografías anteriormente lustrosas fueron en su momento alcanzadas por los escándalos, destaca el caso de Lula Da Silva que en su gestión al frente de Brasil operaba lo que se calificaba como un auténtico milagro: crecimiento económico, combate a fondo a la desigualdad, incremento de fuentes ocupacionales. Lula hacía recordar las palabas que alguna vez dijo el célebre escritor Stefan Zweig “Brasil es la tierra del futuro”.
La ética parece letra muerta en el servicio público en ocasiones por los casos mencionados, parece asomar tímidamente en los tratados de Platón y Aristóteles, no obstante parece imponerse el formato maquiavélico que retrata la oscura condición humana, el poder y sus secuelas.
En otros puntos del orbe se sienta en el banquillo de los acusados a ex mandatarios pero en nuestro país parecen protegerles las burbujas de los intereses creados, nuestra tierra es la del no pasa nada aunque haya sucedido de todo. Entre paradojas.
Ya en los años ochenta el entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado encabezó una cruzada denominada la Renovación Moral, que realmente no tuvo mayores efectos salvo los mediáticos, a su administración sexenal le precedió una que estuvo marcada por el signo de la corrupción y el despilfarro con José López Portillo.
En la actualidad, se requiere de la aplicación de la norma porque de lo contrario la impunidad tendrá mayor dominio y ello anticiparía la ruina del estado de derecho. La corrupción es un grave problema estructural.