Inició el proceso electoral que concluye el próximo año, los partidos políticos serán convidados de primer orden aunque su decadencia parece acelerarse en medio de pugnas, escándalos y un pragmatismo que resta consistencia y nos hace recordar a Zygmunt Bauman con su planteamiento de la modernidad líquida, en la que lo efímero emerge.
El Instituto Nacional Electoral negó el registro a la organización México Libre que encabezan Margarita Zavala y Felipe Calderón, la oposición en nuestro país carece de vigor, luce fragmentada aunque en algunos estados el interés para conformar una alianza se mantiene.
Los estragos de la pandemia continúan dejando un rastro doloroso, vivimos bajo el signo de la incertidumbre y es un elemento que también influirá en el proceso electoral que recién inició.
La unidad parece una utopía, estamos en el mes de septiembre, el de la patria como se ha dicho, el cual nos remonta a múltiples efemérides que nos llevan al siglo XIX para invocar la estampa imaginaria del 16 de septiembre de 1810 de la que mucho se habló y se escribe aunque no tengamos certezas porque impera la imposición de los mitos fundacionales.
Los símbolos patrios son motivo de unificación, la clase política tradicional simboliza lo opuesto porque tenemos algunos años que han mostrado una tónica de confrontación y tiempo perdido, el lenguaje babélico se ha impuesto de la mano del maniqueísmo tan característico al abordar el tema de la historia nacional.
La historia del bronce exalta la existencia de dos bandos, liberales y conservadores desde la primera edad del México independiente cuando se diseñaba un nuevo estado en el que cabían las logias masónicas como embriones partidarios.
Por ejemplo, se celebra la fecha de inicio de la revolución de Independencia con Miguel Hidalgo y Costilla pero no se festeja el día de la consumación, acto que encabezó Agustín de Iturbide. En el contexto de la insurgencia que culminó con la emancipación mexicana encontramos un proyecto de estado en los aportes de José María Morelos y Pavón, de cuya inspiración se habrían de sembrar los elementos constitutivos de la nueva nación: Sentimientos de la Nación, primer tribunal de justicia, Constitución de Apatzingán.
La historia mexicana está plagada de una narrativa en la que se confronta a buenos y malos, se olvida que quienes participaron en los diferentes trances fueron personas de su tiempo y no puede reducirse el asunto a ponerles una etiqueta de ángeles o demonios.
La unidad nacional se observa distante, la próxima contienda electoral se anticipa ruda si atendemos las señales de actualidad que reflejan el encono como ruta, el discurso fácil y la ausencia de proyectos de nación. La clase política ha resultado, en muchos casos, anodina.
Seguramente habrá más escándalos que se habrán de maximizar a través de los medios masivos, redes sociales y otros mecanismos, con ello se advierten signos preocupantes en torno a una democracia no consolidada.
Siempre se mantiene la esperanza en un proceso electoral transparente, equitativo y pacífico, de los dirigentes y candidatos se espera el primer paso: la voluntad política.