Nuestro país ha sido sacudido por desgracias de diversa índole, acaso un elemento para destacar ha sido la solidaridad que se extiende como escudo protector, más allá de ideologías o creencias religiosas. El trance de dolor unifica.
Por ejemplo, el 19 de septiembre se cumplieron 35 años del devastador terremoto que sacudiera violentamente a la Ciudad de México, día aciago en el que se habría petrificado el gobierno de Miguel de la Madrid, el cual fue rebasado por los acontecimientos y consecuencias.
Otro terremoto volvería a sacudir estructuras y con ello provocó muerte, daños e incertidumbre el mismo día septembrino 32 años después, de nueva cuenta fue la capital del país la que sufriría el mayor número de dramas. En ambos casos resaltó el apoyo, la solidaridad manifiesta de mucha gente involucrada en el rescate, también los binomios caninos.
Ambos momentos han dejado una huella imborrable por todos los acontecimientos que derivaron de los hechos, los edificios derruidos, la angustia que desfilaba por las calles, el pánico desbordado ante lo inevitable fueron los elementos constantes. La gente que falleció en los trágicos episodios señalados.
La bandera de la solidaridad ocupó un sitial destacado, ondearía no sólo en nuestro país sino en varias partes del mundo. El apoyo comenzaría a llegar de diferentes países, si existen idiomas, condiciones de vida y religiones diversas la generosidad es universal, esa no conoce fronteras naturales ni las inventadas por el ser humano.
En 1985 el sismo de la mañana del 19 de setiembre hizo aflorar las debilidades del gobierno mexicano que no estaba preparado, a través de las áreas correspondientes, para afrontar una situación que irrumpía sorpresivamente, ni existían los protocolos preventivos. En suma, no se contaba con políticas públicas en la materia.
Hace 35 años emergió la sociedad civil que se daba la mano, rescataba personas bajo los escombros, mano con mano demostraba un sentimiento solidario, un escudo protector ante un pálido gobierno que no articulaba a cabalidad qué hacer ante un trance complicado. Los vacíos los llenó la gente, vecinos, compañeros, desconocidos volcados en una tarea afanosa, noble y desinteresada.
La desolación en gran magnitud regresaría hace tres años, un martes negro que cobraría vidas en varias entidades de nuestro país. Aunque haya protocolos y una definida política pública eso no significa que contemos con blindaje alguno.
El gesto solidario de muchos países se hizo evidente, llegarían rescatistas, víveres y donativos. Los binomios caninos dejarían páginas en la memoria de un trabajo heroico, quedó grabado el quehacer de la popular Frida la perra labradora de la Marina.
La unidad mexicana se acentúa en episodios aciagos en donde se necesitan muchas manos para el trabajo arduo, empatía y una cadena humana de la filantropía. En contraparte, la fragmentación asoma fabricada por los disensos, el encono y el odio.
La unidad no debiera manifestarse solo en tiempos de graves problemas, es ahora o nunca, aunque con el clima electoral se pensará que es casi una utopía, aunque no sería inútil intentar al menos un clima diferente, es decir no sofocado por la intolerancia y el fanatismo.