Un año que se va, advenimiento de otro tiempo no exento de expectativas fincadas en esperanzas que no se han marchitado. El 2019 fue un lapso temporal marcado por diversos sucesos que, al hacer el balance, no han masacrado la capacidad de asombro ni de indignación, aunque la violencia se empoderó de manera brutal a lo largo y ancho del país.
El principal problema en nuestro país ha sido la inseguridad, la expansión de grupos de la delincuencia organizada es evidente, no hay duda del veneno que representan. 2020 inicia con signos similares a los del año que se fue, se busca la certidumbre, además de abatir la impunidad.
El gobierno federal tiene la oportunidad de reportar mejores resultados, es un imperativo, es una obligación porque la situación, en este renglón, ha sido caótica. La legislación vigente está para aplicarse a los casos concretos o perderemos el porvenir.
En el año 2019 se evidenció, también, la declinación ideológica de los partidos políticos ayunos de ideología y trepados al pragmatismo más evidente, la oposición luce extraviada con propuestas apenas audibles, sin mayor protagonismo y con enfoques reactivos. La agenda la diseña el presidente Andrés Manuel López Obrador una mañana si y la otra también.
El Partido Revolucionario Institucional vive de sus glorias del pasado, se envejeció como ha sucedido con otras organizaciones que antes fueron poderosas y les alcanza el desgaste ante el agotamiento de sus fórmulas. Con todo, el PRI diseminó su ADN en casi todos los partidos existentes, ex priistas han figurado en la fundación de partidos como el PRD y Morena.
Aún no se han recuperado los partidos opositores de la estrepitosa derrota del 2018, aunque Morena seguramente registrará desgaste derivado del ejercicio del poder, su principal activo despacha en Palacio Nacional, aún no deja de ser un movimiento porque al interior se ha dado una sorda lucha entre sus grupos que le conforman.
Para que la democracia madure se necesita de contrapesos, generar equilibrios que influyan para una gobernabilidad tangible y no solo en los discursos.
En 2019 también se registraron voces en sentido contrario al estado laico, actores políticos han dicho que deben involucrarse ministros de culto en la política y con ello se atenta contra el legado de una brillante generación que jugó un papel determinante en la Reforma que encabezó Benito Juárez.
El estado laico es, por mucho, la mejor opción y no debe confundirse con sesgos antirreligiosos porque no son sinónimos. Creer o no creer es un derecho que cada cual elige sin que para ello intervenga el estado, es libre elección.
Más allá de lo que digan los indicadores económicos y los cálculos políticos la esperanza de un mejor año no se abatió, se mantiene con vida y goza de cabal salud, observaremos cómo transcurre el año, el deseo de pacificación está presente. El estado de derecho debe ser más que una aspiración una realidad.
Los mejores deseos para que el 2020 sea mejor y los propósitos inmejorables sean una realidad en este país, nuestra casa común.