El 1 de diciembre se cumplió un año de haber iniciado el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el saldo salta a la vista porque son diversos los claroscuros. La legitimidad con que llegó el mandatario nadie la discute porque arrolló a sus oponentes, fue un triunfo contundente que hizo visible una esperanza de cambio, ese fue de alguna manera el combustible en el mes de julio de 2018.
A un año de haber iniciado la administración no se vislumbra crecimiento económico, un gran pendiente vigente y escandaloso es el tema de la seguridad; por ejemplo el primero de diciembre del año en curso se registraron 127 homicidios en el país, cifra de record.
El debate continúa no de la mejor manera posible, porque lo que escuchamos es más bien la diatriba más evidente, desde quienes irracionalmente atacan al presidente y de quienes lo defienden de igual manera; ambos bandos alejados de la objetividad.
Se requiere más mesura del mandatario y no las descalificaciones a diario contra quienes disienten, no es democrático pretender imponer una sola visión, en cuanto a los detractores muchos de ellos estuvieron en el poder y los resultados no fueron los esperados aunque ahora se llenen la boca para descalificar cotidianamente.
Son muchos los pendientes, aunque el que atañe a la seguridad es el más grave porque propicia un clima tan cruento como desalentador.
Las tragedias persistentes están a la vista, como lo representa el caso de la familia LeBarón, a la que algunos descalifican groseramente aunque olvidan que fueron víctimas de una violencia desmesurada en Sonora, apenas el mes anterior.
El poeta Javier Sicilia, poeta y activista social, quiso reunirse con el presidente López Obrador y no fue recibido. La polarización se mantiene.
La esperanza no ha muerto, es complicado abatir rezagos, herencias y componendas del pasado reciente que han contribuido para generar violencia, la impunidad ha sido veneno puro que se ha traducido en corrupción e injusticias.
Se espera una transformación auténtica porque, de lo contrario, sería como remitirnos a la novela El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, al personaje Tancredi que le dice a su interlocutor: si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie. Es decir, la simulación.
Un estado deficiente vivimos, padecemos porque las tácticas y estrategias han sido fallidas, de manera permanente regiones enteras son asoladas, la confianza en las autoridades hace mucho comenzó a evaporarse ante la frustración ciudadana que se siente en la indefensión.
Son muchos los claroscuros que dimensionan el tamaño de los problemas de México, es necesario impulsar el arte y la cultura, fortalecer la educación porque en estos rubros se deben encontrar las propuestas y diseños institucionales que bien pueden ser de una inmensa utilidad para evitar el colapso.
Sería conveniente que los gobiernos, de todos los niveles, asumieran la autocrítica como ejercicio de responsabilidad ante el poder, porque la autocomplacencia y la soberbia nunca suelen ser buenas consejeras.