Cada 21 de marzo y 18 de julio al recordar el natalicio y muerte, respectivamente, del presidente Benito Pablo Juárez García, se levantan las banderas del laicismo y se argumenta la importancia que tiene, además de establecerse de esta manera en nuestros ordenamientos jurídicos vigentes la separación iglesias-estado.
En los últimos días se ha comentado y escrito el que las abanderadas que buscan la primera magistratura de la nación en nuestro país se hayan reunido con el Papa Francisco en El Vaticano con todas las interpretaciones en torno al acontecimiento, primero fue Xóchitl Gálvez y enseguida Claudia Sheinbaum, la primera por la oposición y la segunda por Morena.
De acuerdo a diversos estudios, en México se tiene una mayoritaria creencia católica con un 77 por ciento de la población, es la profesión de fe con más adeptos históricamente, incluso el artífice del estado laico Benito Juárez, quien fuera destacado masón iniciado como tal en el Rito Nacional Mexicano, fue un creyente de esta iglesia.
Estamos en tiempos electorales, para contender por una representación popular no es requisito ser practicante de una religión o ser ateo, en todo caso es un derecho personalísimo y nuestra Constitución Política de los Estados Unidos lo reconoce como tal, libertad de culto.
Cada vez son más los políticos que hacen pública su profesión de fe aunque nadie les pregunte, ciertamente, ya no caben los argumentos jacobinos que sonarían trasnochados y que nos remitirían a la etapa de la Revolución Francesa, a la Cristiada o en otras épocas de persecución e intolerancia que destilaban un evidente fanatismo religioso o anti religioso que nunca legó algo verdaderamente edificante.
El estado laico representa la mejor opción de convivencia social, en los evangelios bíblicos Jesús de Galilea expresó A Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. El poder temporal, por naturaleza, debe tomar distancia de las verdades reveladas que atañen más a un asunto de índole metafísico, si se mezclara uno con el otro se regresaría al modelo de la Edad Media en que permeó la teocracia con todas sus consecuencias
Alguna vez un maestro me dijo que la iglesia católica perdona el pecado pero no el escándalo, son muchas las historias oscuras que se han tejido desde latitudes eclesiales que nada tienen de divinas sino que desnudan la naturaleza humana distante de la santidad.
También, hay que decirlo, han existido altos dignatarios que se han situado al lado de causas a favor de la dignidad de la persona humana, uno de ellos lo fue, sin duda, don Sergio Méndez Arceo, el extinto obispo de Cuernavaca que solía ser una voz en solitario en la etapa de la presidencia imperial, tiempo en el que la hostilidad contra la oposición fue una práctica recurrente.