La vocación democrática no es, precisamente, un atributo que distinga a la clase política mexicana porque su ejercicio toma distancia de ella, si fuera por los que detentan un cargo de elección popular seguirían ahí chapoteando en situaciones turbias y escandalosas.
Durante décadas lo que se vivió y padeció en México fue la marca del autoritarismo, el regateo a las prácticas democráticas, la vigencia plena de un ente monolítico que diluyó cualquier intento de apertura. El sistema político mexicano fue un caso excepcional que motivó diversos estudios de politólogos en diferentes latitudes.
El caso más reciente de negación de la democracia se ubica en Baja California con Jaime Bonilla Valdez, el gobernador electo de extracción morenista que de dos años para los que fue elegido por la mayoría busca incrementarlos tres más. Sin rubor, sin empacho, carente de argumentos válidos.
La intentona del gobernador electo es una burla que desnuda su apetito por el poder y el desdén a las prácticas más saludables, lo muestra como enemigo de la democracia y desconocedor de la legislación vigente. Bonilla Valdez no hace un favor a su partido, más bien marca un malévolo precedente porque la naturaleza de su deseo va a contracorriente de las causas populares.
Si esa pretensión se mantuviera y lograra el incremento de los tres años marcaría un oscuro antecedente y abriría la puerta a los abusos porque cualquier mandatario estatal podría replicar la conducta y finalidad.
Si fue electo por dos años y no cinco es inviable que lleve la contra a una mayoría que optó por el plazo fijado de origen, además de ser un vil fraude que ataca la voluntad popular porque ese no fue el trato ni el acuerdo.
La vocación democrática no es algo distintivo en nuestro sistema político, habrá que señalar que el PAN y el PRI en el Congreso de Baja California votaron por la ampliación, por ello la calidad moral de los partidos políticos luce ajada por más pirotecnias verbales de sus dirigentes nacionales. El daño está hecho.
El cinismo sustituye al debate de las ideas, vivimos una etapa en la que los cuadros políticos, en muchos casos, se han vulgarizado porque el debate está a ras del suelo y la diatriba ocupa los espacios para nulificar los razonamientos además de vulgarizar los argumentos.
Los partidos políticos enfrentan una severa crisis que va más allá de la pérdida de identidad, la oposición aún está afectada desde el tsunami que sufrió en el 2018 porque no figura ni trasciende. Morena está en proceso de formación como partido político, en algunas de sus asambleas del anterior fin de semana se registraron hechos lamentables con violencia de por medio.
Morena se mantiene como un movimiento que no define realmente sus líneas ideológicas, su militancia es abigarrada, en amplias capas procede del PRD, del PRI y otros organismos; seguramente lo que hermana a los partidos es el pragmatismo cortoplacista que no va más allá de las próximas elecciones. El ocaso de las ideologías hace un buen rato se manifestó.