Desde épocas remotas el concepto de la divinidad tuvo un peso específico en la historia de la humanidad, las monarquías se justificaban por motivos religiosos para dar pauta a gobiernos se raíz teocrática como habría de suceder en Mesopotamia, Egipto o Israel, por citar algunos casos. Politeísmo o monoteísmo fueron los motivos para fortalecer la fe.
En esta etapa de la posmodernidad prevalecen algunos moldes que parecen antiguos, añadidos con variantes, prevalece el fanatismo inspirado en verdades reveladas que se conocen como dogmas que resultan incuestionables e inatacables para sus legiones de creyentes. Creer o no creer es un derecho que debe garantizar el estado.
Estamos en el siglo XXI y aún las guerras con motivos religiosos no dejan de hacerse, la intolerancia levanta su bandera y no faltan quienes pretenden uniformar la fe en determinada confesión. Las cruzadas fueron guerras despiadadas que nunca debieron existir, las masacres se hicieron en nombre de dios, fue en la oscura Edad Media en donde el centro del universo fue la divinidad, posteriormente vendría el Renacimiento y entonces el hombre ocupó el sitio que antes fue destinado a la religión.
En México se libraría una guerra civil que se conoció como La Cristiada, el combustible del conflicto que cobró un alto número de vidas humanas fue el fanatismo religioso y la intolerancia gubernamental que representó el presidente Plutarco Elías Calles.
Resulta curioso que haya gente que dice conocer a Dios y mata en su nombre aunque un mandamiento dice no matarás. Algunos ministros religiosos hablan de lo que no conocen sólo para demostrar su incongruencia.
Sucedió con Marcial Maciel el depredador que dañó muchas vidas y que su propia praxis es opuesta a los valores del cristianismo que prescriben amar al prójimo. Actualmente se ventila en una corte de California el caso del líder espiritual de la iglesia Luz del Mundo Naasón Joaquín García, a quien se le imputan delitos graves como abusos sexuales y pornografía infantil. Evidentemente tiene derecho a la presunción de inocencia, por tanto es un presunto criminal.
Por ello la insistencia, hoy más que nunca, de un estado verdaderamente laico en que no tenga trato preferencial ninguna iglesia ni se discrimine a nadie por ejercer su derecho de creer o no creer. Ocupamos gobernantes no acólitos, aunque muchos políticos actúan como viles y tramposos fariseos posmodernos porque les encanta aparecer en eventos religiosos aunque tengan fama de corruptos. Alguna vez un maestro me dijo que las iglesias perdonan el pecado pero no el escándalo, por eso cubren su propia basura debajo de la alfombra.
Ya no vivimos en la Edad Media, ya no va Ricardo Corazón de León a combatir contra Saladino por órdenes del Papa de turno. El poder temporal no es el que pregonan las confesiones de fe, tenemos leyes e instituciones que deben ser solventes y de aplicación general, no caben distingos ni sesgos.
La crisis axiológica es evidente, el desencanto ético por igual. Ninguna institución política o eclesial está libre de mácula, lo cierto es que el quiebre espiritual es evidente.