Cuando Umberto Eco murió las letras y la semiótica en conjunto estuvieron de luto porque un fino operario de tales causas se fue para dejar un legado compilado en libros, artículos, ensayos y conferencias; el primer acercamiento con el autor italiano lo registré al leer El nombre de la rosa que nos remite a otras edades en un monasterio en el que se condena la alegría porque un fraile tan amargado como doliente no tolera la risa.
Los religiosos en el monasterio, como lo consigna la ficción referida, son envenenados uno por uno, el pecado consiste en reírse al leer La Poética del más célebre filósofo griego, Aristóteles, el tenebroso monje aplicaba veneno a esas páginas para vengar la osadía. Así recuerdo la referida obra de Umberto Eco que tiene una trama, en gran medida, de una novela policiaca que abreva del oscuro pasaje de la condición humana.
La citada obra fue llevada al celuloide con una actuación celebrada del reconocido histrión inglés, ya desaparecido, Sean Conery, se calcula que treinta millones de personas leyeron el libro, Eco fue feliz navegando en las letras. Umberto Eco fue un estudioso de la semiótica, un portentoso intelectual que no dejaba tema sin escrutar, habló de filosofía, literatura, religión, esoterismo, redes sociales; prolífico analista, imprescindible para sondear la actualidad.
Nacido en la ciudad piamontesa de Alessandria en 1932, Umberto Eco no rehuyó la polémica que suscita debates interminables, la amplitud de su intelecto condujo a escenarios en los que se adopta una postura definitiva en tópicos posmodernos como las redes sociales, dijo : El fenómeno de twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con internet, porque la noticia se habría difundido viralmente. Pero por otra parte da derecho de palabra a legiones de imbéciles”.
Es probable que los libros más leídos del semiólogo italiano sean El nombre de la rosa y El Péndulo de Foucault que son miradas al pasado, en épocas del oscurantismo vistos con la luz de los tiempos modernos, plagadas de signos, símbolos.
Erudito, así podría clasificarse a Eco, como bien lo refirió Juan Cruz, era un sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir aprendiendo.
Hace falta Eco en estos tiempos que saludan a la globalización, cuyas cajas de resonancia se ubican en las neurálgicas redes sociales que sintetizan la polifonía con todas sus pulsaciones, atinadas o manipuladas que son un síntoma del desencanto ético. Umberto Eco encendió el debate en torno a estos menesteres, el cual no concluye.
Apologista de la lectura por siempre, Umberto Eco aseveró “el que no lee, a los 70 años habrá vivido una vida. Quien lee habrá vivido cinco mil años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”.
Indiscutiblemente, Umberto Eco fue un especialista para diseccionar agendas multitemáticas siempre oportunamente y fino cual bisturí que abre quirúrgicamente el debate de las ideas. Afortunadamente dejó sus obras que muestran análisis, estética y una obvia visión filosófica.