El ser humano es nómada, migrante por naturaleza. En los últimos años las oleadas migratorias han llegado por todos los rumbos, en algunos casos para huir de los desastres violentos que han sacudido a sus propios países, Europa ha sido destino, también Estados Unidos y en las últimas semanas nuestro país ha sido epicentro del peregrinar de centroamericanos que buscan arribar a la nación de las barras y estrellas, Donald Trump ya ha vociferado, con la retórica que le caracteriza, contra los que marchan a su país.
Estados Unidos, su gobierno específicamente, reniega de la migración pese a que esa nación es producto neto de los éxodos que llegaron desde Europa y luego de varios puntos del mundo. Si una sociedad es cosmopolita es justamente la norteamericana.
En nuestro país han llegado por la frontera sur los emigrantes de Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala; las historias ataviadas de múltiples dramas se escriben a diario, los discursos a favor y en contra no son pocos, en ellos se percibe con facilidad la doble moral.
Los mismo encontramos la descalificación contra los emigrantes, así sin ton ni son, la percepción de un racismo real es clara, también se registran las voces a favor de los derechos humanos y el respeto a la dignidad de la persona humana.
Sorprende que quienes se indignan por las políticas excluyentes de Donald Trump muchos de ellos deploren el ingreso de los centroamericanos, esa bipolaridad retrata un sesgo hipócrita, durante muchos años las personas indocumentadas que provienen de los países centroamericanos, en numerosos casos han siso vejados por la policía mexicana, se han violentado sus derechos humanos y casi nadie protesta.
En cambio, se desgarran las vestiduras ante los anuncios de Trump o las deportaciones de mexicanos. La emigración es ya un fenómeno social, las diásporas se cuentan por gran cantidad en países africanos, de Oriente Medio y otros rumbos. Las causas son diversas, en países como Siria lo es la guerra, el exterminio que no cesa, la pobreza en otras naciones o la persecución política y religiosa es otra causal.
En algunos países europeos las oleadas migratorias han sido el pretexto para el empoderamiento del neofascismo que ha ganado cada vez mayores espacios, ha esgrimido un discurso ultranacionalista que hace despertar a los fantasmas del nazismo que convoca solo muerte.
Vivimos en la segunda década del siglo XXI, aunque muchas actitudes y discursos parecen extraídos de la Edad Media en la que el oscurantismo, la superstición y el fanatismo religioso fueron las banderas que ondeaban entre la ignorancia de muchas personas que aborrecieron la ciencia.
La idea de la supremacía racial resulta cavernaria, los derechos humanos no dependen de las religiones porque las personas nacen libres e iguales con independencia de credos, ideologías o condición social.
En la era de la globalización el neoliberalismo se constituyó en un azote para la humanidad, ha sido caldo de cultivo para la fabricación de más pobreza con los daños colaterales que ello significa. Se clama por los derechos humanos y el ser humano es emigrante por naturaleza.