No cabe duda que la violencia se empoderó hace un buen rato en nuestro país; se consagran las vidas de narcos como si se tratase de nuevos héroes entre epopeyas y estampas ajenas a su propia naturaleza de sembradores de muerte.
Los feminicidios han alcanzado cifras sin precedentes que exponen una grave crisis que demuestra el deterioro social. Lo último que se ha registrado, de manera especial, es un caso perpetrado en un colegio de educación básica en Torreón, allá en la Laguna un niño mató a su maestra e hirió a seis personas, al final acabó con su propia vida.
No deja de sorprender el hecho por sus propios componentes, un menor de edad que portaba dos armas de fuego, tenía once años el estudiante, el horror se hizo presente en el centro educativo, inusitado el evento mortal.
El gobernador de Coahuila Miguel Riquelme se apresuró a decir que el estudiante menor de edad seguramente estaba influenciado por un video juego violento, así de simplista, carente de rigor y sin mayores elementos para el análisis reaccionó el mandatario.
El asunto es cómo era el entorno del chico que mató a la maestra e hirió a más personas, su madre había fallecido, su padre no se encontraba frecuentemente con su ahora desaparecido vástago; presuntamente las dos pistolas que llevaba consigo eran propiedad del abuelo, quien carecía de las licencias correspondientes.
¿En qué momento la descomposición carcomió el tejido social? ¿Hasta qué punto se ha perdido la capacidad de asombro? ¿Por qué la apología de la violencia es una práctica consuetudinaria? Son algunas interrogantes que se desprenden del hecho acaecido el viernes 10 de enero en Torreón.
Las políticas para prevenir y perseguir a la delincuencia en México han sido un sonado fracaso, aunque tampoco se debe culpar solamente a los gobiernos, porque la formación y la promoción de valores está en la familia. La axiología juega su parte.
Se revisan las consecuencias que son fatales, rara vez se estudian las causas del monstruo de la violencia, el año anterior marcó cifras record en materia de los homicidios dolosos, la inseguridad estuvo en calidad de omnipresente y los saldos así lo revelan.
Ciertamente, en nuestro país los casos de violencia escolar mortal no se asemejan en nada a lo que ha sucedido en los Estados Unidos, sólo que en el vecino país del norte adquirir armas es algo más sencillo y las masacres estudiantiles han sido cuantiosas por los dramas y pérdidas.
El año anterior se registraron 50 tiroteos en centros educativos de los Estados Unidos, allá es otra realidad; en el caso nuestro la violencia es un asunto cotidiano.
Hasta el momento los diferentes niveles de gobierno no han puesto el acento en el arte y la cultura, algunos medios masivos lo que han hecho es promover la narcocultura.
Mientras, en este país son muchas las preguntas sin respuestas, el caso de Torreón expone una llaga que no ha dejado de supurar pesadumbre. Vivimos un tiempo marcado por el signo de la contradicción, violencia que absorbe ilusiones, inseguridad que se mantiene.