México es un país complejo, con atavismos inveterados, confrontaciones sempiternas y un atroz maniqueísmo que pone el acento en el origen para construir visiones binarias: buenos contra malos. Los vacíos son recurrentes, se llenan de cualquier manera.
Ahora mismo se plantean visiones truncas en torno a probables escenarios paridos por presuntas conspiraciones, un tema que suele ir y regresar de acuerdo al termómetro político, dichas teorías e hipótesis se alimentan con sendas medias verdades.
Vivimos un tiempo con dificultades obvias, indiscutibles que han dejado marcas; crisis de salud, desencuentros constantes, polarización como instrumento que desnuda la desorganización y la ausencia de unidad.
Evidentemente, somos un país diverso porque los tiempos no dan para intentar un esquema monolítico como el que se practicó durante décadas de gobiernos del Partido Revolucionario Institucional que marcara una inercia autoritaria que anulaba cualquier intento democratizador.
Vivimos bajo el signo de la normalidad democrática, la alternancia ha llegado para instalarse de manera permanente, contamos con un sistema plural de partidos, éstos actualmente exhiben desprestigio aunque son un mecanismo legal y pacífico para arribar al poder, también existen las candidaturas independientes aunque éstas en un plano inequitativo.
Las últimas semanas se habló hasta la saciedad de un presunto Bloque Amplio Opositor BOA, en el que se presumía se habrían confabulado políticos de oposición, periodistas y grupos del sector empresarial, un documento apócrifo daba cuenta de esta impronta que dio a conocer el propio presidente Andrés Manuel López Obrador.
México necesita de la unidad porque si la mezquindad se impone no habrá presagios de una convivencia armónica, más bien se habrá de enterrar la ponzoña de la confrontación para generar mayor incertidumbre en un país en el que se impone el lenguaje babélico, por decir lo menos.
No es insano que haya diversas propuestas políticas, agendas programáticas de diferente cuño, lo pernicioso sería que se pretendiera imponer un pensamiento único porque ello eliminaría las naturales discrepancias en un sistema democrático, restaría la competencia y mermaría el vigor a nuestra democracia que debe ser vital para completar el tramo pendiente de una transición que se interrumpe frecuentemente.
Las señales que observamos presagian que el afán belicoso en los actores políticos no terminará, máxime que en algunos meses iniciarán los procesos electorales que terminarán el próximo año, se disputarán las diputaciones federales, gobiernos estatales, así como legislaturas locales y municipios.
A todas las disputas políticas habrá que agregar los problemas crecientes de una pandemia que ha multiplicado los índices de mortandad, la curva para aplanar el avance del coronavirus simplemente no llegó. Más allá de las deficiencias para afrontar los efectos, de los imponderables o insuficiencias en el sector salud en el que se queja el personal médico de falta de insumos, también es un asunto de responsabilidad ciudadana. La negligencia es visible como la negación de la realidad en muchas personas que no miden riesgos de contagio, actúan de manera temeraria. Las dificultades entonces no son de tipo político, solamente, sino en el ámbito sanitario.
Sin tiempos de sensatez porque la historia, como lo advirtiera Max Weber, forma círculos.