Los demonios no se soltaron, más bien están entre nosotros desde hace mucho tiempo porque la violencia, que alcanza niveles demenciales no se contiene, los índices se han disparado como armas letales y es necesario modificar estrategias, es un tema inaplazable.
El atentado contra el secretario de Seguridad Ciudadana del gobierno de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, es un hecho que ilustra el grado de envilecimiento a que han llevado al país los grupos de la delincuencia organizada. La inseguridad no se ha frenado, aumenta y los saldos están a la vista.
Las conjeturas o conspiraciones imaginarias se desatan, la condena al acto ha sido unánime, la erosión social es evidente. Plomo.
El desafío a las instituciones legalmente establecidas ha resultado elocuente, en México arrastramos una inercia viciada, la guerra contra la delincuencia no fue solución porque la corrupción genera un nudo difícil de desatar, los tentáculos de las mafias enquistadas desde hace muchos años son homicidas, rasgan, infectan.
Dos escoltas del secretario García Harfuch fueron asesinados, también una mujer comerciante que transitaba por el lugar del atentado, Lomas de Chapultepec, ajena a los hechos. El propio secretario atribuyó el ataque al Cártel Jalisco Nueva Generación.
Se lograron 19 detenciones, entre ella la del presunto autor intelectual del atentado, procedían de diversas entidades del país, incluso uno de Colombia, quienes en la madrugada de domingo 28 fueron trasladados al Reclusorio Sur de la capital del país.
Ya el presidente Andrés Manuel López Obrador expresó el domingo 28 que el crimen organizado no habrá de intimidar a su gobierno, también reconoció que el secretario había recibido amenazas previamente.
El sicariato se expande, los números son fríos pero objetivos, a esta problemática se suma la que representa la pandemia del Covid-19 que también alcanza más víctimas por todo el país.
Urge una nueva estrategia para confrontar al crimen organizado, lo que se ha hecho hasta el momento no ha sido suficiente porque la realidad lo exhibe, se ocupan otras políticas públicas, finalmente el estado detenta el monopolio legal de la violencia, ello como derivado de su legitimidad, aunque las bandas criminales no ceden y más bien contribuyen a socavar la legalidad y sembrar el pánico un día sí y otro también.