La historia de la humanidad está escrita, en gran medida, a través de las guerras, la explotación del hombre y por grandes calamidades; esto implica que la violencia ha sido una constante como se puede constatar en nuestros días de balas e incertidumbre galopante, entre debates infructuosos, huachicoleo y demás lastres.
Parece que no amaina el clima de crispación que deriva de una polarización que se ha prolongado, en la cual se detecta la desmemoria de quienes fueron conductores de nuestro país hasta llevarlo a la ruina.
Como sea, lo cierto es que la seguridad continúa como la gran asignatura por resolver, argumenta el gobierno federal que para confrontar a la delincuencia se impulsará a la Guardia Nacional, aunque no se ha votado en el Legislativo ya se presentó la convocatoria. Las controversias van.
La percepción establece que la violencia no disminuye, lo mismo se ha asesinado a ediles que a personas de diferente extracción, los feminicidios por igual. Tenemos años con una dinámica sumamente compleja, los experimentos de los últimos gobiernos fracasaron en ese sector como lo ilustró en su momento la guerra contra el narco de Felipe Calderón.
En las últimas semanas se ha padecido un grave desabasto de gasolina en varios estados del país, a la par se denunció públicamente el robo del combustible que se solapaba, presuntamente, desde los altos mandos de Petróleos Mexicanos. Todo apunta a redes bien definidas de corrupción, ese ha sido el problema estructural y recurrente.
No obstante, el encono se mantiene en la clase política y se deja de lado lo verdaderamente importante, es decir combatir a fondo los auténticos lastres que corroen a nuestro país, la impunidad, corrupción, ineficiencia y el desprecio al estado de derecho.
No es tiempo para levantar las banderas partidistas, en todo caso las causas y consecuencias de los grandes males deben asumirse como argumento para enfocar la atención y acciones porque el desgaste del tejido social avanza inexorablemente.
El diagnóstico en torno a nuestro país es claro, los efectos se sufren y hace falta algo más que voluntad, tejer consensos para retomar la práctica de una auténtica política que vaya más allá de la crispación.
En muchos casos parece que la capacidad de asombro se petrifica, para algunos integrantes de la clase política parecen no inmutarse ante las tragedias que se suscitan cotidianamente, lucen indiferentes como si se tratase de la más simple normalidad y como tal no entraña novedad alguna.
No hay soluciones mágicas, nadie está obligado a lo imposible, sólo que el estado mexicano debe perseguir delitos y tutear derechos, eso lo indican las leyes, eso lo contempla el pacto social.
El fenómeno de la inseguridad mantiene la presencia estentórea en nuestro país, las noticias a diario dan cuenta de tales sucesos, lo que evidencia la falta de políticas públicas efectivas que combatan de raíz ese esperpento de la condición humana, aunque parece que a muchos sólo les importan las efímeras coyunturas políticas, es decir la ruindad.