Los últimos seis meses han sido funestos en materia de salud para nuestro país, lo mismo que para muchos otros en todos los continentes porque el contagio del coronavirus no se ha detenido, no se ha roto la cadena de transmisión y los índices de letalidad agregan todos los componentes de una dolorosa tragedia.
La convivencia en medio de esta realidad del presente no es una normalidad novedosa, más bien es una anormalidad que posterga compromisos, ocasiona el cierre de fuetes de empleo, ha desnudado el incremento de la violencia intrafamiliar, además incrementó la ansiedad con todas las crisis de angustia sin precedentes.
Se rompieron paradigmas, todos los campos productivos se han visto afectados, las mutaciones no terminan en diversas áreas del quehacer humano, adaptaciones y el diseño de nuevos modelos alcanzan el ámbito educativo para establecer procedimientos diferentes a través de la televisión, internet y plataformas de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Evidentemente, en el pasado reciente no se supondría que nos alcanzaría la sombría garra de una pandemia que ha causado un daño profundo a la salud y la economía, que cobraría afectaciones en el terreno sicosocial así como en las emociones.
La esperanza no ha sido desterrada, el optimismo moderado se enfoca en las investigaciones que se realizan en diferentes latitudes para encontrar el antídoto contra el Covid-19. Se anuncian avances respecto a las vacunas, aunque aún no es propiamente una realidad porque falta seguir ciertos protocolos científicos.
Mientras el fantasma de la angustia da la vuelta al mundo en estos tiempos convulsos que conmocionan a la aldea global, en México los políticos se cuestionan, llevan agua a su molino sin importar que la gente que no pertenece a sus cofradías sigue muriendo un día si y otro también.
Debería ser este momento el de la unidad porque el enemigo común es el virus mortal, la vida humana vale más que los intereses electorales por más legítimos que éstos sean, por más inquina o resentimientos que se guarden.
La educación representa un elemento crucial para desterrar la ignorancia y la rapiña, actualmente se han hecho diseños diferentes en el sector porque las condiciones han forzado el escenario, aunque ello también representa problemas por la desigualdad que impera en México desde hace décadas, la carencia de herramientas tecnológicas, de medios para muchos estudiantes de educación básica, principalmente.
Los docentes representan en este convulsionado trance una mayúscula importancia, aunque de momento el acompañamiento es virtual. A los estudiantes también les afecta la falta de convivencia en condiciones normales con sus pares, es el rostro de una situación atípica, el imponderable furioso que se enquistó por el mundo.
Esta nueva normalidad es anormal, posterga los abrazos, establece nuevos modelos que no necesariamente son los mejores pero son lo que se permiten ante la emergencia sanitaria, se espera la buena noticia que venga a robustecer esperanzas con la vacuna contra el coronavirus. En tanto se aproximan o postergan descubrimientos científicos se vuelve imperativo el sacar la mejor versión humana que se traduce en solidaridad y empatía.